viernes, 22 de octubre de 2010

UN CUENTO:

Mi vida en Castillos

  Castiillos, mi cuidad natal, está rodeada de paisajes únicos y hermosos. Ella misma es una cuidad que invita a vivir con alegría y a la vez con  tranquilidad.
  En verano disfruto de su playa más cercana: Aguas Dulces.
Mientras mi madre trabaja, yo paseo con una amiga por sus arenas blancas a  orillas del mar, a veces bravío, amenazante contra los pocos palafitos que aún hoy perduran.
  Pero cuando comienzan las clases, en esa época, otra aventura nos espera a mi familia y a mí: la ida al Palmar.
  Vamos en moto, por ruta 9. Ayudo a mis padres a preparar lo que se necesita: bolsas que una vez tuvieron harina, guardarán los frutos de la palma, en casa de mi tío nos espera con unos ganchos de hierro afilados en forma de U colocados en largas tacuaras, el instrumento con que arrancaremos los cachos.
  Esperamos un fin de semana, para que llegue mi padre y apenas pasado el mediodía  salimos. Contenta, ansiosa, respirando el aire inconfundible que viene del mar, palmas y laguna me siento como una heroína que va en busca de un tesoro celosamente guardado durante cientos de años.
Apenas pasamos la escuela Francisco de los Santos, conocida por todos como la "Escuela de Vuelta del Palmar" las motos se detienen.
Avanzo corriendo hacia las palmeras ante los gritos -que nunca escucho- de mi madre para que mire por dónde ando.
Mi carrera se detiene ante el silencio que impone el palmar. Las contemplo, las rodeo con mis brazos, las huelo, voy buscando los butiáes más naranjas más grandes... y llamo a mis padres...
Y empezamos a llenar las bolsas, no sin antes probar uno y otro y otro...
Transcurre la tarde en este quehacer hasta que la temprana oscuridad invade el palmar y nos aprontamos entonces para la vuelta.
  Ya en la ruta, miro hacia atrás intentando ensayar una despedida ya con nostalgia, hasta el año próximo.

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